La iniciación en el sexo anal

Llevábamos ya más de medio año de novios. Cuando la conocí, Isabel no había tenido la más mínima experiencia con el sexo, ni siquiera se había besado con un chico. Incluso para aquella época (hace unos 20 años) y el ambiente social (una pequeña ciudad española de provincias) era bastante mojigata. Había recibido una educación extremadamente rígida en relación al sexo y los chicos, la verdad es que su madre era una puritana histérica y todo la escandalizaba. Por ello nunca había tenido ninguna relación sentimental, aún menos de carácter íntimo, ni tan siquiera se había besado con un chico. Toda su percepción del asunto eran una serie de ideas románticas sobre el amor en las que el sexo estaba completamente marginado.

Era una chica bastante tímida, llamaban la atención sus lindos ojos almendrados y su precioso cutis, enmarcados por un cabello liso y muy negro que peinaba con melenita muy corta. Su cuerpo era esbelto aunque no estaba muy desarrollado, de hecho, sus tetas eran más bien pequeñas, pero muy bien formadas y erguidas, con unos preciosos pezones, grandes, sonrosados y en punta ; también su piel era muy blanca y suave, pero sobre todo tenía un culo muy apetitoso: redondito, duro y respingón. Vamos que Isa era un verdadero caramelito.

Como suele ocurrir con esta clase de chicas que van de estrechas (y de románticas, que esa es otra) la chavalina resultó ser una auténtica calentorra. Al principio, bastaba con morrearla un poco y magrearla por encima de la ropa para que entrara en una especie de trance, con los ojos en blanco, y más de una vez tuve que sujetarla porque se iba para el suelo, casi perdía el conocimiento. Pero no había manera de ir a más con ella, cuando le proponía de metérsela me salía con que le daba mucho miedo y que no estaba preparada.

Un día, estando solos en mi casa, y después de tres meses de salir, conseguí meterle mano debajo de las bragas y le hice una paja: me bastó con apretarla el chichi con fuerza durante unos instantes para que se corriera con auténtica desesperación. Esto lo volvimos a repetir y en las siguientes ocasiones yo me sacaba la verga (se pueden imaginar ustedes que se me ponía como una barra de hierro) y se la ponía en la mano, pero la muy pazguata no hacía otra cosa que apretarla extasiada pero sin darle al manubrio, así que mientras yo la hacía correrse como una cerda a mi me dejaba empalmado y sin satisfacción.

Lo cierto es que durante meses no tuve otra que pajearme (lo hacía a diario) que mirar XXX de www.videosdemaduras.xxx imaginándome que la estaba dando por el culo, fantasía recurrente que llegó a convertirse en una auténtica obsesión para mi. Tampoco conseguí que me la chupara, pues rechazaba mis propuestas al respecto con una expresión de asco y me decía que si yo la quería de veras y la respetaba no podía pedirla que hiciera algo tan degradante (según ella).

Un día que estábamos solos en un lugar muy apartado, a la orilla del río, logré –creo que de milagro- convencerla para que nos bañáramos desnudos, pues no llevábamos bañador. Bueno, desnudo del todo me bañé yo, porque ella no se quitó las braguitas en ningún momento. Creo que con tanto morreo y magreo y de ver mi polla durísima y sentirla apretarse contra su cuerpo, se puso más cachonda de lo habitual (yo estaba que explotaba) y al salir del agua la tumbé boca abajo sobre la arena y me puse sobre ella. La agarré de las tetas desde atrás, estrujándoselas bien y empecé a frotar y apretar con fuerza el carajo contra su duro y suave culito tan sólo protegido por aquellas finas braguitas para así conseguir un poco de satisfacción.

Ella empezó a jadear como si me la estuviera follando de verdad, con el rostro congestionado rojo como un tomate, lo cual me excitó de tal manera que ya no pude contenerme: la bajé las braguitas de un tirón y le anuncié que iba a metérsela. Yo esperaba que ella protestara pero no dijo nada, se quedó quieta jadeando con la respiración muy agitada, se ve que estaba muy caliente y al fin se iba a dejar follar. Yo sabía que ella tenía mucho miedo de quedarse preñada, pero ahora no decía nada la muy puta, en cualquier caso yo no estaba dispuesto a arriesgarme a hacerle un bombo, además de que vi que era el momento de aprovecharme y llevar a la práctica mi obsesión de sodomizarla. La separé los cachetes del culo y dejé al descubierto su virginal ojete, pequeño y sonrosado. La metí el dedo índice bien ensalivado y ella emitió un quejido y protestó, poniéndose toda tensa intentó retirar el culo, pero yo la sujeté y seguí introduciéndola el dedo. Ella estaba toda asustada y me dijo NO, POR AHÍ NO….pero yo hice como si no la hubiera oído. Estaba muy cerrada y apretaba con tanta fuerza que parecía que me iba a cortar el dedo.

Obedeciéndola una vez más, me embadurné el rabo y situé mi polla en la entrada de su culo, el cual mostraba abierto su negro agujero. La fui perforando despacio pero sin detenerme y con mis manos ayudaba a separar sus nalgas, algo que ella también hacía con una mano mientras que la otra seguía dedicada en pleno a darse placer en su coño. Fue mucho más fácil y menos doloroso para mí que cuando lo hice con Patricia.

En cambio a Ilayda debió de dolerle pues emitía algunos quejidos, aunque cada vez me detuve para aliviarle el dolor, me incitaba a seguir con sus innumerables “¡Go on!”. Y así mi polla quedó totalmente incrustada en el interior de su culo, como en las folladas anales de xhamster.